La obra más íntima de Taisuke Kanasaki: Nuestro sincero ANÁLISIS de ‘Dear Me, I Was’

Muchos fans de Nintendo lloraron cuando CiNG, el estudio japonés responsable de las franquicias Hotel Dusk y Another Code para DS y Wii, se declaró en quiebra. Les parecía “injusto” que el estudio no hubiera encontrado una forma de mantenerse a flote, o que Nintendo no estuviera interesada en acudir al rescate para hacerlos más competentes y sostenibles. Aquellas aventuras gráficas llegaron al corazón de muchos, y además de sus intrigantes tramas y personajes, tuvo mucho que ver el arte de Taisuke Kanasaki.
Era su dibujo, su técnica de acuarela rotoscopiada, lo que daba vida a aquellos personajes, haciendo que lo que podrían ser, en retrospectiva y a veces mediocres juegos de aventuras, destacaran y conquistaran al público. El atractivo de la pantalla táctil de Nintendo DS y el modo libro se sumaron a la mezcla perfecta.
Cuando la mayoría de esos fans se enteraron del regreso de Kanasaki en una nueva aventura para la Nintendo Switch 2, yo incluido, todos lo celebramos. Ahora bien, Dear Me, I Was viene con una advertencia gigantesca, lo que no significa que su premisa sea necesariamente mala.
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No se trata de un juego de aventuras. Eso es lo primero que hay que dejar bien claro. Se trata de una historia significativamente breve y ligeramente interactiva. Es decir: no esperes largas conversaciones, ni mucho menos puzles que resolver. Esta experiencia de 40-50 minutos es todo lo contrario: Es algo para contemplar, donde el arte del artista japonés ocupa el escenario principal casi todo el tiempo.
La interacción es escasa o casi nula, tus intervenciones se limitan a arrastrar o pulsar (mediante el stick o el Modo Ratón) sobre los elementos expuestos para realizar acciones en su mayoría casuales. El orden en que comes las distintas piezas de tu comida, o guardas tu equipo de dibujo en una caja no importa, ya que la interacción está ahí ocasionalmente para que sientas que lo has hecho tú mismo.
Sin embargo, hay un par de momentos concretos en los que esa interacción, esa cosa que arrastras y sueltas, es tan fundamental para la narración que consigue cambiar el significado de lo que podría definirse groseramente como una mera presentación de diapositivas. Y me gustaron esos detalles transformadores.
Así que, sí, todo el peso del conjunto recae sobre los hombros de una historia completamente muda contada a través del arte de Kanasaki. ¿Y era una historia buena y digna? Para mí, sí. Aunque a veces me pareció aburrida e incluso tonta, las expresiones de los personajes y la forma en que describe la pena, el amor y el paso del tiempo la hicieron para mí, incluso con algún momento ocasional en el que se me metió algo en el ojo. Además, es valiente en uno de los temas que toca, uno que rara vez vemos en los principales medios de comunicación japoneses, por no hablar de los videojuegos.
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Quizá CiNG murió de ambición. El segundo Another Code se alargó demasiado, como me recordó de la peor manera la reciente recopilación para Nintendo Switch. Quizá necesitaban volver a lo básico, y eso es precisamente lo que tenemos aquí. Dear Me, I was es sencillo, pero consigue ser también conmovedor. Fluido, como el dibujo de Kanasaki, si me permites el juego de palabras, y también es una historia sobre la vida japonesa que se siente fresca y atrevida. Te cuesta tanto como ir al cine y dura tanto como un episodio de serie de televisión, pero si eras uno de esos fans de Another Code, probablemente sea la mejor experiencia dibujada con rotoscopio que puedas disfrutar hoy en día en los juegos, y además puede que también te conmueva. Salen gatitos pintados en acuarela, después de todo.
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