Mamá, quiero ser pastelero: Análisis de Bakey Simulator
Existen dos tipos de personas a las que les encantará Bakery Simulator, las que no se cansan de la microgestión y las que siempre han soñado con abrir su propio horno. Yo no soy ninguna de las dos, pero eso no me ha impedido disfrutar de Bakery Simulator, o al menos al principio, antes de que se convirtiera más o menos en un juego autojugable. Empieza, al igual que cualquier otro simulador, con un tutorial en el que se aprende lo básico de la cocina en la que estaremos después. Aquí es donde los jugadores serán sus propios maestros de cocina, harán sus propios pedidos, revisarán las recetas del día y por supuesto, amasarán mucha masa. Nos encargamos de todo, excepto de fregar los platos, por suerte. La cocina se reinicia cada mañana, pero desde que llega un pedido hasta que se le entrega la bollería al cliente, seréis los únicos responsables de la calidad de esta panadería. Vuestra responsabilidad es aseguraros de que los clientes insatisfechos no pongan malas reseñas en Yelp o TripAdvisor.
Sin embargo, los problemas no tardan en aparecer. Los controles con el mando no son los óptimos para este tipo de juegos. Al igual que la mayoría de simuladores, el ratón y el teclado son la mejor opción, sobre todo cuando se empieza a sentir poco a poco el estrés de los plazos de tiempo tan ajustados. De hecho, me puse a maldecir en voz alta, en francés, ¡sacrebleu! Y cuando no conseguía separar la masa en partes exactamente iguales. ¡Merde! O cuando se me quemaban los bollos al no poder abrir a tiempo la puerta del horno. Algunos de estos percances eran obviamente por mi culpa y por mi poca capacidad de coordinación, pero es cierto que algunos eran causados por las mecánicas del juego, algo que quedó bastante claro a medida que aumentaba mi éxito y pude mejorar mis utensilios de cocina. Cuanto más automatizado, menos problemas, ya que no tengo que pulsar pequeños botones y cronometrar los tiempos de cocción pulsando los botones en el momento exacto. Bakery Simulator no solo es extremadamente detallado, sino que exige tanta precisión que incluso roza lo absurdo.
Por un lado, me parece bien porque añade realismo al juego, es como estar allí presente horneando de verdad, y más aún cuando todo lo que se cocina está basado en recetas reales. Sin embargo, por otro lado, es como tener otro trabajo. Desconectarme del trabajo después de un largo día de gestión de proyectos y fechas de entrega muy ajustadas, para volver a hacer lo mismo y que incluso a veces sea más estresante que mi trabajo real, simplemente no es divertido. Además, intentar familiarizarse con todos los aspectos del juego lleva tiempo. Bakery Simulator no es un juego con el que empiezas por diversión. Es muy, pero que muy serio, desde el principio hasta el final. Es el Dark Souls de los simuladores de vida. Tenía que analizar cuidadosamente mis opciones, sopesar los pros y los contras y aprender de mis errores. Si fracasaba, las consecuencias eran desmedidas. No me moría por demasiada microgestión, pero con cualquier desliz en la calidad, mi reputación caía en picado. Con los errores repetidos, casi que tenía que cerrar la panadería. Es cierto que se pueden enmendar los errores y tirar a la basura la bollería con la que no estéis satisfechos, pero el tiempo corre y el estrés está siempre presente. El síndrome de agotamiento me susurraba al oído: “te estoy vigilando”. Todo al mismo tiempo, no podía arriesgarme a darles a los clientes un producto a medio cocer porque se volvía locos, así que tenía que estar constantemente buscando un equilibrio entre la perfección y la gestión del tiempo.
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Cabe mencionar que las cosas pueden salir mal en cualquier parte del proceso, ya sea desde la selección y la dosis de los ingredientes adecuados hasta la mezcla de los mismos para conseguir la consistencia deseada. Después, hay que cortar todo en el tamaño correcto, moldearlo, meterlo en el horno y sacarlo en el momento exacto. Cuando ya todo está preparado, solo falta entregarlo, pero es aquí cuando el juego se convierte de repente en un Grand Theft Auto. Bueno, no realmente, porque no tiene toda esa acción. Lo cierto es que no me esperaba tener que conducir un coche en un simulador de cocina. Pensaba que solo consistiría en dejar las cosas en la puerta y alguien recogería el paquete, pero estaba lleno de calles oscuras hasta llegar al destino correcto en el mapa. Atajar por el parque, saltarse algún que otro semáforo en rojo y sacar a algún pobre desgraciado de la carretera, son formas legítimas de llegar más rápido para así conseguir una valoración más alta. Incluso aquí, tengo que decir que la conducción era horrible.
Los gráficos no son nada del otro mundo. Están bien, no se pasan, pero tampoco se quedan cortos, es lo que se espera de este tipo de juegos. El aspecto de las cosas es el que tiene que ser. Un cucharón es un cucharón, y un panecillo recién horneado parece un panecillo recién horneado, excepto por la mejor parte, que es sin duda el buen olor. Sin embargo, la parte del juego en la que se tiene que conducir un coche, habría que cocinarla un poco más porque se queda cruda. Existen juegos para PlayStation 2 que lo hacen mejor. Por suerte, cuando se avanza más en el juego, se puede activar el reparto automático. De esta forma, ya no tuve que volver a poner un pie en ese coche poligonal, pero no fue hasta que llegó ese momento que mis ojos dejaron de sangrar. Añádele una conducción terrible y tienes la receta para el desastre. La música es peor que la de los ascensores de los centros comerciales. Los ruidos monótonos fueron inmediatamente sustituidos por la lista de Spotify de un servidor. A un amigo le gusta amasar escuchado la radio de rock estadounidense, así que al final acabé escuchando rock clásico, con muchas canciones de Michael Bolton, Journey, Toto y Night Ranger. La cosa mejoró un poco, pero tener que cambiar la música del juego por completo para no volverse loco durante el proceso, dice mucho del juego y no para bien, se mire por donde se mire.
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Cuanto más avanza el juego, la cocina es mucho más moderna y las recetas también empiezan a ser más complejas. La repostería más elaborada da más dinero, pero lleva más tiempo prepararla, por lo que siempre se intenta buscar un equilibrio. Quien no arriesga, no gana. ¿Qué puedo hacer cuando se me acaba un ingrediente? ¿Lo pido y espero a que me lo entreguen o pago un poco más por un envío urgente? Estaba siempre enfrentándome a este tipo de decisiones rápidas y después de ocho horas horneando frenéticamente, pude por fin quitarme el delantal, respirar un poco y esperar con ganas unas buenas vacaciones. A poder ser, lejos de cruasanes quemados y galletas deformes.
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